Por más que haya estado lejos por 15 años, Irak sigue siendo su hogar

Mientras uno se va acercando a la Fábrica Aween, ubicada sobre las pendientes de las montañas desde las que puede divisarse la ciudad de Sulaymaniyah en Irak, se escucha el ruido de las máquinas de coser acompañado de eventuales risas y conversaciones en kurdo. En la entrada principal está parado Ibrahim Mohammed Amin, de 42 años, y detrás de él hay un pasillo bordeado de pilas de telas en un extremo y de trajes kurdos terminados en el otro. Donde este pasillo termina aparece un gran salón en el que se realizan numerosas actividades.

Su rostro se ilumina cada vez que habla de la fábrica, mostrando la pasión que siente por lo que hace. Pero ese rayo de luz que uno puede ver hoy en su rostro no estuvo allí durante en su infancia.

Nacido a principios de la década del ochenta, cuando la guerra entre Irán e Irak que duró casi ocho años alcanzaba su pico máximo, la infancia de Ibrahim estuvo llena de conflictos. Para empeorar las cosas, cuando él entraba en la adolescencia comenzaba la guerra kurdo-iraquí a mediados de la década del noventa, la cual estancó la economía y desestabilizó la situación de seguridad de su vecindario. Ibrahim sintió que no tenía más opción que la de irse del país.

Su viaje comenzó en Irán, en las manos de los traficantes mientras ellos navegaban por esas tierras en su viaje hacia Afganistán. Allí fue arrestado y enviado de regreso a Irán. Estaba determinado a ir a Europa, de modo que empezó a viajar hacia el norte rumbo a Turquía y finalmente logró llegar a Grecia.

“El viaje no fue fácil. Yo tenía 15 años y tuve que depender de distintos traficantes para facilitar nuestros cruces por cinco países. Yo era todavía muy joven en aquel momento”.

A lo largo de este viaje migratorio, tuvo que hacer trabajos ocasionales en los distintos países para juntar algo de dinero para poder seguir y llegar a destino. Trabajó como jardinero, en tareas de limpieza, en sitios de construcción y finalmente en casas particulares limpiando sistemas de calefacción tras haber ganado la confianza de los propietarios de las viviendas.

En el fondo de la mente de Ibrahim, Irak seguía siendo siempre su hogar y en los 15 años siguientes con frecuencia seguía en contacto con los parientes que había dejado allí, monitoreando la situación hasta que sintió que había suficiente estabilidad como para regresar.

“En 2010 uno de mis parientes me contó que el país estaba bastante estable y que había oportunidades laborales, de modo que tomé la decisión de regresar. Me fui de Irak con la ayuda de los traficantes, pero luego retorné voluntariamente por vía aérea”, recuerda Ibrahim.

Después de 15 años lejos de mi casa, yo quería construir algo propio

En todo el tiempo que pasó fuera de su país, aprendió técnicas para manejar un negocio y a la par ahorraba lo más que podía. Ese dinero luego lo usaría para comenzar con alguna tarea comercial cuando regresara a su hogar.

A su llegada, inauguró un negocio de importaciones y de reventa en donde compraba prendas confeccionadas en Turquía y China y luego las vendía.

Costureros cosiendo prendas en la fábrica Aween. La fábrica comenzó con una persona pero en la actualidad emplea a 40.
IOM Iraq/ Alexander bee

Este viaje con el propósito de volver a empezar no iba a serle fácil a Ibrahim. En 2014, justo en el momento en el que su negocio estaba arrancando, comenzó la guerra contra el Estado Islámico (EIIL) y tanto la economía como la seguridad de todo el país se desestabilizaron nuevamente. Esta vez se propuso quedarse y seguir con lo que había empezado en medio de estos tiempos tan turbulentos.

“Cuando comenzó la guerra del EIIL fue difícil importar prendas. Y puesto que no estaba en mis planes irme, tuve que reinventarme y diseñar un modelo de negocios que debería incluir el uso de materiales que pudieran ser adquiridos a nivel local”.

Además de esto, había siempre una necesidad constante de diseñar a medida el atuendo kurdo tradicional popularmente usado en la región porque las versiones importadas de China no estaban cumpliendo con las especificaciones de los clientes.

“En 2017, yo comencé Aween con dos máquinas de coser en una pequeña sala en Sulaymaniyah”, recuerda con nostalgia. “Los clientes traen los materiales. Nosotros brindamos servicios de costura y ese es el modelo sobre el cual se erige nuestro negocio para minimizar cualquier tipo de riesgo. Le entregamos el producto terminado a los comerciantes que hacen la venta”.

El sueño de Ibrahim finalmente iba tomando forma; acababa de comenzar con su negocio y nunca miró hacia atrás. Hacia fines de 2019, logró emplear a más de 10 personas mientras el negocio seguía creciendo.

En una economía en vías de recuperación las pequeñas y medianas empresas enfrentan dificultades para el acceso a capital y a fondos que les permitan expandirse. Y el negocio de Ibrahim no era ajeno a esto. Mientras él pensaba en posibles maneras de concretar su proyecto, se enteró del Fondo de Desarrollo de Empresas a través de sus redes comerciales y su curiosidad aumentó.

“Me enteré a través de un amigo que la OIM entregaba fondos a los negocios que crearan oportunidades de empleo. Presenté mi solicitud y me dijeron que reunía las condiciones así que la aprobaron”.

A través del subsidio tuvo acceso a 30.000 dólares EEUU que iban a serles entregados en tres cuotas y que invirtió en el negocio para la compra de equipamiento y la contratación de fuerza de trabajo adicional.

“Con estos fondos yo compré diez máquinas de coser más, un generador con capacidad mejorada para sostener la carga de trabajo que había aumentado, equipamiento de zurcido adicional y además contraté a 13 empleados más”.

Costureros cosiendo prendas en la fábrica Aween. La fábrica comenzó con una persona pero en la actualidad emplea a 40.
IOM Iraq/ Alexander bee

Desde entonces el negocio ha pasado de los procesos manuales que insumían mucho tiempo a triplicar su producción – pasando de 100 o 150 prendas por día a 500. Pero lo más importante es que Ibrahim ha podido brindarles una fuente de ingresos sustentables a otras 40 personas, tanto trabajadores calificados como no calificados, los cuales a su vez sostienen a sus familias.

“Esto es mucho más que una fábrica, mi realización pasa sobre todo por saber que puedo brindarle una fuente de ingresos a los empleados. De la cantidad de dinero que logran hacer, el efecto multiplicador es más que evidente porque con esa cantidad pueden sostenerse no solamente ellos sino también a sus familias”.

El negocio funciona 24 horas por día con los empleados trabajando en dos turnos. Factura entre 50.000 y 60.000 dólares EEUU por año y la base de su clientela está diseminada en las cuatro gobernaciones de Kurdistán en Irak.

“Ya tenemos pedidos por todo este año hasta marzo de 2023. La única manera de absorber más pedidos es expandirnos“.

La fábrica fue llamada así a partir del nombre de la hija mayor de Ibrahim que nació un año después de que él regresara a Irak. En kurdo esa palabra significa “amor”. Este padre de cuatro hijos lo único que desea es que sus tres hijas y su hijo tengan una vida distinta a la que tuvo él.

“No quiero que se vayan del país sino que quiero generar oportunidades favorables aquí. Los incentivo para que tengan cultura de trabajo y para que generen algo propio aquí en Irak”.

Aween se encuentra entre las pequeñas y medianas empresas que crean oportunidades de trabajo y que están intentando recomponer la economía iraquí, un país que está intentando reconstruirse tras años de guerra. La inyección financiera del Fondo de Desarrollo de Empresas (EDF) de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) recorre un largo camino en el establecimiento y el crecimiento de tales negocios. Hasta ahora se han desembolsado más de 27 millones de dólares EEUU en beneficio de más de 1.600 negocios que crean una fuente de medios de subsistencia para miles de empleados y sus familias.

Señala la foto de un hombre mayor que descansa su cabeza sobre una máquina de coser. Para Ibrahim, esto es un reflejo de donde él se ve en un par de años.

“Si dios me da vida, quiero llegar a esa edad”, dice. “Y esa edad, quisiera todavía seguir sentado frente a una máquina de coser”.